Este texto lo escribí el 17 de junio de 2003, con motivo del inicio del curso de guión en el café Trotamundos, al sur de Guadalajara, de María Fernanda Saucedo. Un reencuentro inolvidable con los (viejos ex alumnos) nuevos colegas.
En este vasto espectro de la autoría de las artes audiovisuales, el lugar preponderante lo sigue ocupando el guión. Frente a mí, están reunidos un grupo de personas que, por lo menos una vez en su vida, han escrito algo que más adelante han materializado en la pantalla. Es decir, se han desprendido del texto, fijación primaria, para concretar una segunda fijación, en las pantallas, para terminar en una tercera, en la mente de los espectadores. Recuerdo vago, identificación apasionada, mistificación, revelación, sonrisa amarga, sueño delirante, moraleja, profecía o simplemente vacío... siempre nos (con)movió algo para contar una historia, para mostrar ciertas imágenes, para ganarse una calificación o el pan de cada día. Estamos atrapados en ese camino de una sola vía, donde algunos se han perdido, donde otros retrocedieron, aquel, que algunos abandonaron, o en el que seguimos avanzando los que consideramos que más allá habrá una encrucijada, una señal, un guía, o tal vez el ansiado umbral, que la ficción nos tiene preparado en alguna bifurcación de nuestras vidas...
No dejo de pensar en sus historias, asociadas siempre a un proyecto personal más amplio, más íntimo. Esas historias, idealizadas en proyectos de muchos miles de dólares, tienen que dejar lugar a las de unos pocos pesos que nos vayan afianzando en las preferencias del público. Sin embargo, no puedo dejar de sorprenderme con el encanto de lo impredecible, en este caso su labor profesional estos años después de haber terminado la carrera, y el giro que pudieron tomar sus nuevos gustos, o las habilidades que descubrieron, les llenaban de mayor satisfacción. Cada nuevo trabajo es una enseñanza de sí mismo, de confirmación de los supuestos, o de búsqueda de la perfección. Como se pueden dar cuenta sigo padeciendo de ese optimismo, que si bien, no siempre reflejo en mis historias, dejo la vaga esperanza de que en algún momento las cosas resulten mejor que antes.
Más de una ocasión nos ha tocado el papel del asesor del otro, bien sea, como una simple consulta profesional, un deseo para que cuente las cosas de una forma distinta a la que ya conocemos, o “como” lo vemos en el cine, donde lo novedoso siempre esconde un nuevo artificio, espectacular, pero artificio, al fin y al cabo. Sean bienvenidos quienes han encontrado otro camino en la preocupación por mejorar el trabajo del otro. Sépase que no se trata más que de un cambio de rol, en la puesta en escena de cada día de nuestras vidas.
Este taller de dramaturgia cinematográfica que da inicio en esta tarde, tiene como antecedente una ilusión largamente acariciada de conformar un grupo de especialistas —cineastas, videastas, dramaturgos y otros autores de obras audiovisuales— en esta apartada región del país: apartada del presupuesto, de la mirada del mundo, de los cazadores de ideas y, por supuesto, del aliciente de explotar los estudios profesionales, en los que hemos invertido muchos años de nuestras vidas.
Hace muchos años les pregunté si ya estaba todo dicho en el cine, en la televisión, y con la ingenuidad de quien teme equivocarse respondieron con un débil “no”. Quiero que al final de este taller, esa inopinada expresión se revalorice y adquiera un sentido que marque sus vidas profesionales de aquí en adelante.
Si ese es el reto al que desean enfrentarse, sean bienvenidos a esta lucha sin fin. El triunfo de uno de nosotros será el triunfo de todos, eso lo puedo asegurar.
Amigo fiel y el enemigo honrado.
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